Que las mujeres somos enemigas es un argumento muy manido y utilizado reiteradamente por el patriarcado para desunirnos y que no alcancemos cuotas de poder. Las estadísticas no engañan, los cargos directivos ocupados por hombres en las empresas suponen un tanto por ciento mucho más elevado que de mujeres y están lejos de la paridad. Todavía existe el techo de cristal que nos frena en seco para conseguir cuotas de igualdad en este terreno. Particularmente nunca he creído en esta premisa ni otras con respecto a los hombres «un hombre criticón es peor que una mujer», dado que en los trabajos hay personas de todo tipo, independientemente de si es hombre o mujer, que son una escuela de vida para manejar las emociones.
En el plano personal he encontrado a más mujeres que hombres que han confiado en mí para determinados puestos de trabajo sin tener un ápice de rivalidad y ayudándome en mi búsqueda activa de empleo. Del mismo modo cuando me he enterado de que alguna amiga encajaba en algún perfil o puesto de trabajo no he dudado en enviarle la oferta de empleo para que aplique. En mi entorno es lo normal, todas mis compañeras de vida lo hacemos así, queremos que la de al lado progrese porque dentro de su progreso va implícito nuestro éxito como sociedad igualitaria.
Es en el trabajo donde creo que las mujeres nos ayudamos más, ¡a quién no le apetece rodearse de personas de su confianza en cualquier terreno! Sororidad en el puesto de trabajo. Tengo amigas con profesiones liberales y autónomas (como la estupenda y ecléctica diseñadora Carmela de Freakhand) a las que muchos proyectos les salen a través de otras amigas que tienen necesidad en sus empresas de determinados servicios y se acuerdan de ella por su confianza y buen hacer: un diseño de un stand, una traducción, una profesional para dar clases de inglés… También tengo amigas escritoras a las que admiro y que cuando presentan su trabajo apoyamos de manera incondicional en nuestro círculo, compartiendo lo que han hecho en redes sociales con orgullo y admiración. La última mi amiga May Serrano «Me caso conmigo misma» a la que asistimos en Madrid orgullosas de ser sus amigas o el libro de la bilbaína Juncal Alztuagarai «Mi suelo pélvico» . Sin esa admiración y soporte mutuo no sería posible ni su éxito ni el de las demás.
Igualmente he tenido jefas durante mi experiencia laboral que han sido un espejo en el que mirarme, mujeres fuertes, con personalidad que han tenido que conciliar vida laboral y personal en un país como España donde la conciliación ha sido y sigue siendo un temazo a debatir (aunque muchas empresas ha incorporado recientemente y lo van haciendo de manera progresiva planes de igualdad y conciliación). También he tenido jefes/as y compañeros/as que han sido un desastre a nivel laboral y que también me han ayudado a crecer y a saber cómo no gestionar determinados asuntos.
Las mujeres en general, tanto las que trabajamos como las que no (por lo menos fuera de casa, ya sabemos que dentro se trabaja y mucho) nos recomendamos en nuestro escaso tiempo para disfrutar del ocio, tanto películas como series o libros, de la misma manera que profesionales como médicos especialistas o terapeutas cuando nuestros hijos tienen alguna dificultad. Aunque en el ámbito laboral vayamos progresivamente alcanzando cuotas de poder, en el ámbito personal los cuidados siguen siendo nuestros. ¿Qué sería de nosotras mujeres trabajadoras y cuidadoras si no encontráramos a otras mujeres en las que apoyarse?
La rivalidad en el trabajo y en otros ámbitos está exenta de género y depende de la inseguridad personal de cada individuo/a, de los valores, de las fortalezas y debilidades de cada uno/a y del trabajo personal que hayamos realizado.
Si las mujeres no tuviéramos como público objetivo a otras mujeres no empatizaríamos con sus experiencias y no encumbraríamos a otras mujeres a triunfar. Nos quedaríamos ancladas en los estereotipos de éxito, juventud y belleza que la sociedad nos vende y viviríamos a partir de los 40 años amargadas, sintiéndonos fracasadas, en un momento preciso en el que nuestra madurez plena nos permite alcanzar cuotas de poder en el plano social, laboral y personal y disfrutar de la sabiduría que hemos adquirido con la experiencia. Entonces ¿a quién le interesa realmente decir que las mujeres somos las peores enemigas de las mujeres?… La pregunta nos exige una parada a conciencia para ir cambiando el chip de mujeres que odian a otras sin más.